El lunes por la mañana habia eclipse de sol, así que cogí la mascara de soldar de mi padre y subí a la azotea, a contemplarlo. Y meintras miraba como la Luna mordía al Sol, me acordé del libro El Día de los Trifidos, de John Wyndham . En ese libro la catastrofe que azota a la humanidad se desencadena por la contemplación de unos extraños fenomenos astrónomicos. Como hacía como 13 años que había leido el libro ayer me acercé a la biblioteca a coger el mismo ejemplar otra vez. De camino de vuelta hice mi aprada de rigor vespertina, y hablé con I de ese libro. Recordamos lo que nos habia gustado en su día que en TV3 habían emitido una serie basada en el libro. Me moria de ganas de volver a ver esa serie.
Hoy caminando por Barcelona después de laberintos y de atarme de nuevo otro año me he encontrado de casualidad una exposición de los 50 años de la Editorial Minotauro, en donde he podido encontrar una pantalla donde salían fragmentos de todas adaptaciones que se habían hecho de sus libros, y entre ellos, mis queridos Trífidos. No era la serie entera, pero he podido recordar sus extrañas forma y su doloroso agijón.
"Una de las alucinaciones de la especie humana más confortables y persistentes debe ser - pensé - la de creer que "eso no puede pasar, aqui", la convinción de que el sitio y el momento presentes se encuentran más allá de todo cataclismo. Y ahora, precisamente, "pasaba aquí". Si no se producía ningún milagro, eso que presenciaba era el comienzo del fin de Londres; y muy problamente, parecía, había otros hombres que, como yo, debían estar contemplando el fin de Nueva York, de París, de San Francisco, de Buenos Aires, de Bombay, y de todo el resto de ciudades que estaban destinadas a seguir el mismo camino que aquellas otras enterradas por la arena o la vegetación feroz de la selva.
Todavia miraba por la ventana cuando escuché un rumor detrás mio. Al girarme, vi a Josella, que acababa de entrar. Llevaba un vestido largo, precioso, de georgette azul pálido, con una chaqueta de pieles blancas. En un brazalete lucían unos cuantos diamantes azul-blanco, y las piedras de los pendientes eran más pequeñas, pero no menos bonitas. Iba peinada y maquillada como si hubiera salido de un instituto de belleza. Pisó la alfombra con sus zapatos plateados, y la sonrisa de sus labios se fundió mientras miraba en silencio.
- No te gusta? - preguntó, con una decepción casi infantiloide.
- Es magnífico, espléndido - dije -. Solo que... no me lo esperaba, sabes?"
Escrito por salivazo a las 5 de Octubre 2005 a las 11:15 PM